Desde los años 90 la evidencia que muestra que la adicción, o el trastorno por consumo de sustancias, es una enfermedad de base neurológica ha revolucionado el tratamiento de esta enfermedad crónica. Sin embargo, como sucede con la mayoría de las enfermedades de base neurológica, conocer los factores de riesgo continúa siendo un misterio. ¿Es la genética? ¿Es el entorno? ¿Es la personalidad?
Una de las claves para entender la adicción está en el efecto que producen las sustancias en el cerebro. Lo que las drogas son capaces de hacer es imitar lo que se conoce como refuerzos naturales. Así, el alcohol y los psicoestimulante como la cocaína, por ejemplo, son capaces de provocar un aumento de la liberación de dopamina en el núcleo accumbes del cerebro, el centro integrador de la información, que además tiene un papel fundamental en la motivación. De esta manera, las áreas del cerebro encargadas de reconocer las situaciones o sustancias que favorecen la supervivencia del ser humano (como alimentarse, comer, dormir), son engañadas por las drogas. Esto provoca que el cerebro reconozca las drogas como algo positivo y propicia que se repitan las conductas y situaciones que llevan a repetir el consumo.
«Es fundamental- explica Lucía Hipólito- porque constatar esto muestra que ese interés desproporcionado de las personas que sufren adicción y que los lleva a decir yo paso de todo tiene una base anatómica, por ello, los adictos, aunque quieran, no pueden dejar de consumir, sus cerebros han sido hackeados por la droga».
«Los adictos, aunque quieran, no pueden dejar de consumir, sus cerebros han sido hackeados por la droga»
Lucía Hipólito
Desde que en los años 90 la comunidad científica comenzó a describir las bases neurológicas de la adicción, la medicina empezó a abandonar la antigua concepción que consideraba a las personas con trastornos de adicción personas débiles y sin valores. Desde entonces las evidencias que han mostrado los cambios y alteraciones cerebrales que sufre el cerebro de la persona con trastorno por consumo de drogas han permitido constatar que, en efecto, el trastorno por consumo de drogas es una enfermedad que es, además, crónica. Como ilustra Lucía Hipólito, investigadora sobre las bases neurológicas de la adicción, es muy llamativo observar la similitud de escáneres cerebrales de una persona con párkinson y una persona consumidora y explica: «Del mismo modo que no le dirías a una persona con párkinson, oye no tengas párkinson, es absurdo plantear que con sólo un poco de fuerza de voluntad, las personas pueden dejar de consumir».
Los factores de riesgo
Esta línea de investigación en drogas ha puesto sobre la mesa otra evidencia: no todas las personas que consumen drogas desarrollan una adicción. Y, sobre esto, los investigadores no tienen aún respuestas claras.
Una de las hipótesis estudiadas en estos años pretende averiguar cuál es la influencia de la genética en el desarrollo de un trastorno por consumo de sustancias. De hecho, algunas investigaciones han apuntado a que ciertos cambios en un receptor opioide podrían estar involucrados en los trastornos por consumo de sustancias. Así, se han detectado alteraciones en el receptor D2R en pacientes que tienen un trastorno por consumo de drogas. Sin embargo, no es fácil determinar el peso de esta influencia. En primer lugar, porque estos análisis, tanto en modelos animales como en modelos humanos, se han producido una vez que los individuos ya habían tenido contacto con las sustancias adictivas, por lo que es difícil discernir si esa alteración estaba presente previamente al consumo o si es precisamente una consecuencia.
Y, en cualquier caso, como explican los profesores de farmacología Ugedo y Ruiz «la existencia de factores hereditarios no implica que una dependencia sea un trastorno hereditario ya que los rasgos como la sensibilidad o la preferencia por una sustancia no son fenómenos de todo o nada sino que se pueden presentar en diversos grados».
La segunda de las hipótesis de investigación desarrolladas apunta a que la vulnerabilidad al abuso y dependencia tiene origen en una compleja interacción entre factores genéticos, ambientales y psicosociales. Por un lado, sí se ha visto que hay rasgos conductuales que están relacionados con el consumo compulsivo de alcohol. Y, al mismo tiempo, también se ha estudiado la importancia del entorno psicosocial: crecer en un entorno en el que se normaliza un consumo abusivo de sustancias tienen un gran impacto sobre los individuos.
A este cóctel de factores se le pueden sumar, además, algunas condiciones económicas. En este sentido, es muy significativa una investigación publicada en el Journal of Health Economics que estudió la relación entre el paro y el consumo de algunas sustancias estupefacientes durante la crisis en Europa. Las conclusiones mostraron cómo un aumento del 1% del desempleo regional se correlacionaba con un aumento del 0,7% en la ratio de personas que declararon haber consumido cannabis alguna vez en la vida.
Una investigación publicada en el Journal of Health Economics constató cómo un aumento del 1% del desempleo regional se correlacionaba con un aumento del 0,7% en la ratio de personas que declararon haber consumido cannabis alguna vez en la vida.
Los efectos de las drogas en el cerebro pueden ser irreversibles en ciertas áreas, lo que cronifica la enfermedad. Y, a pesar de la multitud de incógnitas que rodean este órgano, de algunas certezas sí disponemos: la edad en la que se inicia el consumo sí importa. Una investigación publicada en JAMA Pediatrics analizó si la edad de inicio de consumo influye en la rapidez con la que las personas desarrollan un trastorno por abuso de sustancias. Estos investigadores constatron que la prevalencia del trastorno por consumo de cannabis era mayor para los adolescentes que para los adultos jóvenes. Así, por ejemplo, el 10,7% de los adolescentes tenía un trastorno por consumo de cannabis al año de iniciar el consumo frente al 6,4% de los adultos jóvenes. Como explica el equipo responsable de esta investigación «las investigaciones han demostrado que el desarrollo del cerebro continúa hasta los 20 años y que la edad es un factor de riesgo muy importante para el desarrollo de la adicción».
El consumo de drogas: ¿un problema silenciado?
Según los datos publicados recientemente por el observatorio europeo de las drogas y el consumo de tóxicos (European Monitoring Centre for Drugs and Addiction), España se sitúa a la cabeza del consumo de sustancias. De hecho, los datos muestran como 36,3% de la población reconoce haber consumido algún tipo de drogas ilegales en algún momento de la vida. Este nivel de incidencia sitúa al país el tercero en el ránking a nivel europeo. Sustancias como el cannabis o la cocaína, además, muestran un aumento constante de consumo que ha pasado del 14,2 en 1995 al 35,3 para el cannabis y del 3,7 al 10,3 en el caso de la cocaína.
Sin embargo, y teniendo en cuenta los riesgos del consumo de sustancias por parte de la población adolescente, quizás sean más reveladores los datos sobre el consumo de sustancias como el alcohol o el tabaco por parte de la población entre 14 y 18 años que publicó el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones en su informe 2020. Este estudio muestra que el 75,0% de los adolescentes entre 14 y 18 años ha consumido bebidas alcohólicas en año anterior a la encuesta, el 35% ha fumado tabaco y el 27,5% reconoce haber fumado cannabis.
La magnitud del problema, sin embargo, no parece tener la repercusión social que cabría esperar. Así, el barómetro del CIS muestra que las drogas eran el segundo de los problemas del país para el 49,0% de los encuestados[1] frente al último barómetro del CIS muestra que en la actualidad[2] tan solo un 0,1% de la población percibe las drogas como un problema.
La prevención como medicina
A pesar de las incertidumbres que rodean los trastornos por consumo de sustancias, hay una cuestión fundamental: que una persona tenga factores de riesgo no necesariamente significa que vaya a desarrollar adicción, sobre todo si nunca entra en contacto con estas sustancias. «El único requisito evidente para que el cerebro enferme -explica Lucía Hipólito- es un consumo repetido y continuado, que es el que provoca en última instancia la neuroadaptación».
Por eso cada vez que se consume alcohol en grandes cantidades, especialmente a edades tempranas, se está comprando papeletas: «El alcohol, el tabaco y la marihuana son las drogas de iniciación- explica Hipólito- es fundamental que los adolescentes que cada vez que consumen, están corriendo el riesgo de desarrollar una enfermedad crónica».
Además de ello, para la investigadora, es importante que como sociedad se tome nota del hecho de que el consumo de alcohol en la adolescencia forma parte de una forma de socializar muy extendida. De hecho, el estudio sobre el «Impacto del confinamiento por pandemia de COVID-19 en el consumo de alcohol, benzodiacepinas y analgésicos opioides» financiado por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) del Ministerio de Sanidad muestra como el consumo de alcohol en adolescentes y jóvenes se redujo hasta prácticamente desaparecer. «Como sociedad – explica Lucía Hipólito- tenemos que plantearnos que hay que ofrecer alternativas porque la prevención es la única vacuna que tenemos contra la adicción».
[1] Barómetro del CIS junio de 1988
[2] Encuesta del CIS marzo 2020