ENTREVISTA | Belén Laspra Experta en Ciencia, Tecnología y Sociedad
“Sciente potentia est”. O, traducido al castellano, “El conocimiento es poder”. La célebre cita, atribuida al pionero del pensamiento científico moderno Francis Bacon, sostiene que el saber en sí mismo otorga cierta potestad. Belén Laspra, experta en estudios sociales de la ciencia, defiende una suerte de versión contemporánea de la cita en su libro “La Alfabetización Científica” (Ed. Los Libros de la Catarata, 2018). La actual investigadora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Oviedo desarrolla su carrera profesional en el campo de la cultura científica, el punto de encuentro entre la sociedad, la ciencia y la tecnología que cotiza al alza. Para ello, ha colaborado con instituciones tan relevantes en la materia como la Fundación Española de la Ciencia y la Tecnología (FECYT), la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) o el Institute for Social Research (ISR) y el International Center for the Advancement of Scientific Literacy (ICASL) de la Universidad de Michigan.
Rechazar un tratamiento basado en flores de Bach, escoger un alimento en función de sus características nutricionales o comprar un electrodoméstico considerando su eficiencia energética son ejemplos cotidianos de Apropiación Social de la Ciencia (ASC), apunta Laspra. Los estudios de la doctora en Filosofía miden la implantación de la ASC en la sociedad, mediante la que “los individuos integran los conocimientos científicos y los utilizan para guiar sus decisiones en la vida diaria”. Uno de los elementos que la componen es la Alfabetización Científica, que se define como “todo lo que -un individuo o grupo- sabe de ciencia, sobre la comunidad científica y sobre el sistema tecnocientífico”. Este conjunto incluye desde conocimientos científicos, como “qué es un átomo”; hasta meta-científicos, como “el rol de un grupo de control en un experimento o la ley de ciencia vigente”.
Para adquirir estos conocimientos consumimos información procedente de fuentes y canales diversos. Internet es un canal que “posibilita el acceso” y las redes sociales actúan como “facilitadoras del capital social en sentido sociológico”, señala la filósofa. “Por Facebook llegan artículos de I Fucking Love Science o Materia, pero también de Unexplained on Gaia; en Twitter puedes encontrar a la NASA o a la Sociedad de Terraplanistas”, advierte, enfatizando la abundancia y la variabilidad en el rigor que presentan los contenidos web. Laspra explica las diferencias entre la Comunicación 1.0 y la 2.0 mediante el cambio en los criterios de validez de la información, apoyándose en el sociólogo Massimiano Bucchi. En la primera, “la autoridad de la fuente y la reputación del canal garantizaban la calidad”, en la segunda, “la información válida es la contrastada”, afirma. La investigadora recalca la importancia de cuestionar tanto la información y las fuentes novedosas como los conocimientos y actitudes asentados, ejerciendo lo que describe como “un sano escepticismo”. “El mejor modo de poner en práctica el pensamiento crítico es hacer preguntas”, incluyendo “fuentes no afines al pensamiento propio”, propone, ya que el sistema educativo proporciona un bagaje “necesario pero insuficiente” para lidiar con los “desafíos y controversias científicas” del futuro, como ya notó el experto Jon Miller. El referente estadounidense en alfabetización científica considera que buscar y adquirir información para solventar cuestiones inmediatas en lugar de memorizarla de forma preventiva representa un cambio en el modelo de aprendizaje tradicional. Miller justifica este cambio por la irrupción de las TICs en los hogares, como refleja Belén Laspra en su citado libro.
“En la Comunicación 2.0 la información válida es la que está contrastada”
Según la doctora, el perfil de una persona con alto nivel de ASC posee estudios reglados, muestra interés por la ciencia y tecnología y está representado especialmente en varones de 30-40 años. El 20% de la población española presenta este perfil, normalmente acompañado de una actitud pro-científica y una percepción positiva pero crítica con la ciencia, indica Laspra. Por contra, las creencias religiosas afectan de forma negativa a la ASC debido a “componentes sociológicos, psicológicos, e históricos”, aunque “hay personas que parecen ser capaces de conjugar ambas”, ya que es un tema “muy complejo relacionado con las pseudociencias y las fake news”, añade. La investigadora recalca que fomentar el interés en la ciencia y la tecnología es un objetivo cuya importancia va más allá de fomentar la apropiación. Pese a la existencia de legislación que pretende “impulsar la cultura científica, tecnológica e innovadora a través de la educación, la formación y la divulgación”, reconoce que “necesita traducirse en estrategias concretas”, pues aún queda mucho por hacer. “Necesitamos una política científica más robusta”, concluye.
El fomento e incentivación de la actividad de museos, planetarios y centros divulgativos es un objetivo recogido en el artículo 38 de la Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación vigente. No obstante, la investigadora se apoya en varios estudios en el contexto español para cuestionar que la asistencia a los mismos sea indicativa de interés en materias tecnocientíficas. “Proporcionan información en abundancia”, reconoce. El problema es que en el imaginario popular no figuran como lugares capaces de dar respuesta a preguntas”, diagnostica. La experta afirma que “existe un nicho de oportunidades” y sugiere involucrar a la ciudadanía en la toma de decisiones en cuestiones de interés social en estos espacios, algo a su juicio necesario en “una sociedad democrática marcada por el desarrollo científico tecnológico”. Jurados, encuestas deliberativas o paneles de consulta son estrategias que considera adecuadas para incorporar la voz pública en los museos de ciencia y tecnología. “Son espacios muy adecuados para albergar este tipo de acciones”, apunta, señalando que poseen grandes aforos, recursos tecnológicos, horarios flexibles, personal especializado y acceso a expertos. Estas características permiten la incorporación de simulaciones de la toma de decisiones en temas socialmente relevantes como los alimentos transgénicos, el cambio climático, la reproducción asistida, el virus del papiloma humano o la experimentación con células madre, para que “los visitantes puedan familiarizarse con la participación y practicarla”, afirma.
“Los individuos tienen que tomar decisiones en ciencia y tecnología”
Al respecto de las exposiciones museísticas, sugiere un giro en los contenidos desde la “ciencia en mayúsculas” hacia la “ciencia cotidiana”, siguiendo “la máxima educativa de empezar por lo conocido para llegar a lo desconocido”. Considera que la ciencia de los grandes descubrimientos, los importantes avances tecnológicos y los premios Nobel está representada, pero no tanto la que se utiliza a diario y pasa desapercibida. Por ello, invita a los responsables de los contenidos expositivos a mostrar los principios científicos que hay detrás del día a día de las personas, con el objetivo de incrementar su interés. Mostrar la ciencia y la tecnología tras el funcionamiento de una placa vitrocerámica o de inducción, el pronóstico meteorológico, el color de la ropa o el gel de ducha son contenidos que pueden “hacer de estas entidades lugares de apropiación científica”, apunta. La episteme y la téknē pueden ser percibidas como saberes elevados, propios de grandes figuras como Francis Bacon, pero como sugiere la experta, también incluyen la ciencia y la tecnología más mundana, imbricada hasta la médula de nuestra cotidianeidad.