El catedrático invita a la ciudadanía a implicarse en la búsqueda y aplicación de información científica
ENTREVISTA | José A. López Cerezo Experto en Ciencia, Tecnología y Sociedad
La ciencia y la sociedad parecen comportarse como líquidos inmiscibles: aunque tratemos de hacer una mezcla homogénea de ambas, con el tiempo tienden a ocupar lugares diferenciados. O, al menos, así lo percibe una buena parte de la sociedad. Por el contrario, José Antonio López Cerezo, miembro del Grupo de Investigación de Estudios Sociales de la Ciencia que elabora y analiza parte de las encuestas bienales de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT), defiende que la ciencia está integrada en el día a día de cualquier ciudadano y que debemos tenerla en cuenta para tomar decisiones mejor informadas. La sociedad y la ciencia forman una mezcla homogénea más cercana a una emulsión. Este grupo, en el que acompaña a las investigadoras Montaña Cámara Hurtado y Belén Laspra, estudia la incidencia de la ciencia en la vida de las personas, un proceso conocido como Apropiación Social de la Ciencia (ASC) en el que consideran fundamental que la ciudadanía tome un papel protagonista.
El también Catedrático de Lógica y Filosofía de la ciencia de la Universidad de Oviedo reconoce como padre del término ASC al físico colombiano Eduardo Posada Flórez, si bien él fue uno de los primeros en traer esta noción a España. El investigador explica que el proceso consta de tres dimensiones: cognitiva, valorativa y operativa. La primera consiste en la recepción de información científica a través de medios digitales o tradicionales como internet, la prensa o el entorno social. Ésta va compañada de la integración del conocimiento en el sistema de creencias propio, algo que conlleva “cambiar las actitudes y valoraciones de un individuo”, como comenta López Cerezo. La última dimensión, en la que se han centrado sus indagaciones, consiste en la modificación del comportamiento. Para estudiar la fase operativa de la ASC, el grupo de investigación de López Cerezo ha contribuido a elaborar diversos cuestionarios cuya intención es detectar cuándo el conocimiento científico es puesto en práctica.
Tratar de arreglar por cuenta propia un aparato averiado, buscar información acerca de un ingrediente alimentario controvertido o consultar a un profesional de la salud por un nuevo fármaco son respuestas consideradas indicativas de un alto nivel de ASC. Como el lector habrá podido notar, el factor común de estos ejemplos es “la tendencia a buscar información científica para resolver aspectos particulares de la vida”, resumido en palabras del investigador. No obstante, no todas las formas de ASC van acompañadas del ejercicio del pensamiento crítico. La confianza ciega en la ciencia, encarnada en profesionales como científicos y tecnólogos, puede convertir al ciudadano en “un simple intermediario de un mandato científico en un comportamiento individual”, una posición que coloca a la ciencia “en un pedestal” y que la trata “de una forma similar a la religión”. Para que la ciudadanía ejerza la apropiación de una forma más saludable es necesario que tome “un papel protagonista en la búsqueda, el filtrado y la selección de información científica”, apunta López Cerezo.
“Estar cercano a la ciencia no sólo es saber más ciencia, sino también llevarla a la vida cotidiana”
Pese al énfasis en el cuestionamiento de las fuentes, el catedrático no se muestra partidario de un escepticismo total justificado por la desconfianza en las instituciones, un fenómeno que califica de “difícilmente comprensible”. Sin embargo, añade que “los analistas coinciden en que hay una larga cantidad de crisis y escándalos vinculados al desarrollo científico-tecnológico que han adquirido visibilidad en las últimas décadas en el mundo occidental”. Cita, entre otras, el caso de las vacas locas, el engaño de Volkswagen con los motores diésel o las dioxinas en los pollos belgas. En este contexto, el investigador recuerda que “reconocer las limitaciones y los riesgos de la ciencia no tiene nada que ver con ser anticientífico” y aporta un concepto clave: el escepticismo leal. Esta actitud crítica, acuñada por el investigador demoscópico Martin Bauer, consiste en “el apoyo a la ciencia desde un cierto escepticismo”, explica el catedrático. Ampliando la definición, el entrevistado añade que esta actitud consiste en “estar con la ciencia” siendo conscientes de que hay “tanto elementos valiosos -la mayoría de ellos- como otros que pueden suscitar el rechazo o la mirada cautelosa” y pone como ejemplo práctico la petición de una segunda opinión médica.
Para evitar que el escepticismo leal derive en una actitud anticientífica “hay que diferenciar entre desmitificar la ciencia y descalificarla”, apunta el experto, que considera que la ciencia no es infalible en tanto que es una actividad humana. Por contra, presenta sus limitaciones, incertidumbres y riesgos. En ese sentido reconoce que las estrategias de comunicación social están trasladando una imagen demasiado tradicional de la ciencia, presentándola como unívoca e infalible, una táctica que califica de “contraproducente”. Para reforzar su punto de vista, se apoya en un ejemplo: “Firma como científico el ingeniero de montes que trabaja para una empresa privada dedicada a la fabricación de pasta de papel pero también el ecologista que milita en una organización que se opone a las prácticas de la empresa”. El resultado son “científicos enfrentados con científicos”. “La ciencia debe ser más humilde”, asevera, lo que no quita que considere un gran error su deslegitimación, ya que “reconocer la credibilidad y utilidad de la ciencia es fundamental”. En esa línea, apunta que, a un nivel macrosocial, “un aumento de la cultura científica hace que mejoren todos los indicadores que tienen que ver con educación, competitividad empresarial, desarrollo, etc.”.
“Debemos desmitificar la ciencia sin desacreditarla”
López Cerezo añade que “saber de ciencia puede, desde enriquecernos como personas, hasta salvarnos la vida en la actual sociedad del riesgo, rodeados de amenazas con origen en el desarrollo industrial de base tecnológica”. La creación de espacios de participación ciudadana, la existencia de fuentes de información científica libres, ricas y plurales, la estimulación de organizaciones, asociaciones ciudadanas, las ONG relacionadas con la ciencia y la tecnología y el aumento de los contenidos metacientíficos en comunicación son algunos de los ingredientes que el investigador considera necesarios para aumentar el “engagement” o implicación ciudadana. “Muchas veces tendemos a infravalorarlos -a los ciudadanos- y creo que es un grave error”, afirma. “Debemos implicarlos”, concluye el filósofo.
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