Los ejemplares con más defensas han sobrevivido y se han reproducido durante los últimos 31 años, a pesar de los altos niveles de radiactividad.
Un equipo internacional con participación de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), centro adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Almería, ha demostrado que ciertas poblaciones de golondrinas que viven en zonas de Chernóbil (Ucrania) en las que aún existen niveles altos de radiactividad, presentan una mayor resistencia ante distintas bacterias que aquellas que pueblan zonas menos o no contaminadas.
Un cambio tan drástico en las condiciones ambientales como fue el accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido en Ucrania el 26 de abril de 1986, tuvo un gran impacto no solo en los organismos, sino en las relaciones parásito-hospedador. “Las bacterias tienen una gran capacidad de adaptación a los cambios, y en Chernóbil presentan altas tasas de mutación y resistencia a la radiación. Por tanto, las golondrinas se enfrentan a `nuevas` comunidades bacterianas que pueden producir otros daños a sus hospedadores”, ha explicado Magdalena Ruiz-Rodríguez, investigadora de la EEZA y autora principal del artículo.
En este estudio, a través de un análisis de laboratorio, se enfrentó el plasma sanguíneo de diversas poblaciones de golondrinas, algunas cercanas a la antigua central de Chernóbil, a doce especies de bacterias diferentes. El objetivo era saber si se había producido una adaptación como consecuencia de la convivencia entre estas aves y las comunidades bacterianas que cambiaron rápidamente. Los resultados del análisis indicaron que los individuos criados en las zonas más contaminadas tenían mayor capacidad de resistencia a las bacterias.
Tras el accidente nuclear, el sistema inmune de las golondrinas de Chernóbil fue dañado y debilitado, por lo que su capacidad para defenderse de las bacterias cayó en gran medida. En tan solo 31 años, la radiactividad ha provocado transformaciones que habitualmente se observan en un largo período de tiempo. Apunta Ruiz Rodríguez que probablemente ha existido un proceso de selección natural muy intenso en las zonas con más radiactividad, de manera que solo las golondrinas que tenían más defensas fueron capaces de sobrevivir y reproducirse.
“Durante estos 31 años han muerto muchísimas golondrinas, pero las pocas que han sobrevivido tienen una mayor capacidad de defensa. El resto ha ido muriendo sin dejar descendencia”, ha apuntado la investigadora. “Aunque en algunas poblaciones, como es el caso de las golondrinas, se haya producido una selección sobre los individuos más fuertes, la tendencia de las poblaciones es a desaparecer, ya que las mutaciones disminuyen la esperanza de vida, el éxito de reproducción, y algunas de ellas son directamente letales”, ha concluido.
En una investigación anterior de este equipo se estudiaron las bacterias que degradan las plumas de las golondrinas y la conclusión fue muy similar. Los individuos que poblaban las zonas más contaminadas presentaban mayor capacidad de defensa. “Es decir, las golondrinas que crían en zonas con mayor radiactividad son más resistentes al ataque por bacterias en las plumas, pero también cuentan con más defensas en su sangre”, ha afirmado Ruiz-Álvarez. Estas investigaciones se separan de la tendencia mayoritaria de estudiar la salud de las especies después del accidente nuclear, para adentrarse en las adaptaciones y cambios que en tan poco tiempo se han producido en ellas.
Timothy Mousseau, otro de los autores de la investigación, y que ha estado estudiando las poblaciones de aves en Chernóbil durante más de una década, demostró en un estudio reciente que las golondrinas Mousseau que viven en zonas altamente contaminadas tenían altas tasas de anomalías, desde albinismo parcial a picos deformados.
Un estudio anterior, del año 2012, realizado por científicos de la Universidad de Portsmouth y publicado en la revista científica Biology Letters concluyó que las golondrinas de los alrededores de la central nuclear de Chernóbil resisten mejor de lo que se pensaba a dosis bajas de radiación. Según Jim Smith, el autor principal de este estudio, el aparente daño a las poblaciones de aves de Chernóbil se debía a diferencias en su hábitat y en la estructura del ecosistema o en su dieta, y no a la contaminación radiactiva. “Los niveles de contaminación radiactiva detectados en los alrededores de la central de Fukushima tampoco deberían causar daño a largo plazo a las aves de esa región”, ha apuntado el experto.
Sin embargo, los efectos del desastre de Chernóbil aún pueden apreciarse en la actualidad. Más de 30 años después, el paisaje sigue siendo desolador y en ciertas zonas apenas pueden verse animales debido a la contaminación radiactiva. Viacheslav Shestopálov, director de un centro científico y de ingeniería de Chernóbil, manifestó que las dosis de baja radiación deterioran la elasticidad de los nervios y la memoria y señaló que los animales residentes en Chernóbil no están a salvo de las mutaciones. Afirmó también que las golondrinas de la zona de Chernóbil tienen 28% de posibilidades de llegar a la próxima estación, mientras que las golondrinas de zonas no contaminadas tienen un 40% y las de España, un 45%.