Marta I. Sánchez, investigadora en Ecología: “El arte es fundamental para llegar a la población que no se siente atraída por la ciencia»

La bióloga del CSIC ha creado junto a la compositora y directora artística Pilar Ordóñez una serie de espectáculos de música y danza para divulgar ciencia.

Marta I. Sánchez y Pilar Ordóñez, creadoras de los espectáculos Artemia y Odiel y Plastisfera. Foto: Sandra Ragel

Marta I. Sánchez es científica titular del CSIC y experta en ecología de aves. Pilar Ordóñez es música, directora artística y doctora en Artes y Humanidades. Podría parecer que dos mundos tan diferentes estarían condenados a no entenderse, pero ellas han conseguido crear espectáculos en los que dialogan con soltura. En 2023, pusieron en marcha Artemia y Odiel, un espectáculo que narraba la extinción de una especie de crustáceo en el río onubense. Recientemente, han estrenado Plastisfera para concienciar sobre la contaminación por plástico y dar a conocer el papel de las aves en esta problemática. En sus espectáculos, los resultados de las investigaciones se transforman en música, danza y poesía, creando toda una experiencia de sensaciones que aporta una perspectiva innovadora a la divulgación de la ciencia.

Cuando hablamos de divulgación científica, solemos pensar en las actividades más tradicionales como talleres, charlas, exposiciones… Pero no en danza y en música, ¿cómo surge la idea de crear estos espectáculos?

Marta Sánchez: Fue durante un paseo por las salinas del río Odiel. Le estaba contando a Pilar lo que nos había pasado recientemente con la extinción de una especie de artemia con la que estuve trabajando durante mi tesis doctoral. Debido a una invasión biológica, la especie nativa desapareció. Fue un hecho que me impactó muchísimo. Este suceso ejemplifica bien cómo las extinciones son procesos que están ocurriendo muy cerca cada día. A Pilar le resultó muy inspirador y empezó a fraguarse la idea de trasladar esa problemática científica a un espectáculo de música y danza.

Pilar Ordóñez: Cuando Marta me empezó a contar la historia de esta extinción, realmente me quedé con la boca abierta. Fue muy vehemente. Empecé a imaginarme la artemia como un personaje que desaparecía del hábitat y vi también a los otros personajes que lo rodeaban. Me dije: “Tengo que sacar esto adelante”. Se lo conté a Marta y me dijo: “Sí sí, ya hablaremos”. Como siempre, de primeras no se hizo nada, pero al cabo del tiempo me dijo que podíamos intentarlo.

¿No le parecía una buena idea al principio?

M.S.: A mí me pareció una idea un poco loca. Pilar estuvo mucho tiempo pidiéndome información, vídeos, fotos… Yo casi no creía la historia al principio. Entiendo que en una obra de teatro, donde se puede contar una historia, es mucho más fácil transmitir un mensaje científico que en una obra de danza. Por eso me parecía una idea difícil.

P.O.: Pero no sólo a ella. Todo el mundo pensó lo mismo al principio.

¿Cómo consiguió convencerla?

M.S: Pilar me empezó a pasar las primeras escenas y entonces vi que aquello era realmente posible. La música, la coreografía, los textos de Beatriz Jiménez de Ory… Era impactante cómo esta mujer era capaz de transformar todo esto en pura poesía. Junto con la música y la escena era fantástico. Cuando Pilar me fue mostrando todo, me dije: “Esto puede funcionar”. A partir de ahí, me monté en el barco.

¿Cree que el arte es un recurso que funciona bien en la divulgación?

M.S.: Creo que es fundamental en esta crisis que tenemos a todos los niveles: climática, ecológica, científica… Ahora mismo tenemos la emergencia del negacionismo climático, del terraplanismo, de las fake news… Es un momento muy importante para que la comunidad científica haga un esfuerzo por intentar llevar la ciencia a la sociedad y contribuir a la cultura científica. Y para mí uno de los medios más importantes es el uso del arte. Todo el mundo se siente atraído por las manifestaciones artísticas. El lenguaje científico es arduo y muy rígido. El arte es todo flexibilidad. Es un tipo de lenguaje fundamental para llegar a sectores de la población que no se sienten atraídos de primeras por la ciencia.

Y, siendo lenguajes tan diferentes, ¿cómo se consigue unir la ciencia y el arte? ¿Ha sido complicado trasladar los conceptos científicos a la música y la danza?

M.S.: Eso ha sido una de las cosas más difíciles. El diálogo que hemos mantenido durante todo el proceso ha sido muy interesante y enriquecedor para las dos partes. Para mí también, porque aprendía de qué manera Pilar estaba trasladando toda esa información a su disciplina. Ella ha hecho un gran trabajo comprendiendo toda la problemática que yo, dentro de lo que he podido, he intentado transmitirle. Pilar me preguntaba continuamente y, además, también hacía su propia investigación. Para mí, era importante hacerlo con rigor científico.

P.O.: Sí, el diálogo fue fundamental. Ella conocía cosas que yo no conocía y yo conocía cosas que ella no. Yo le mostraba las escenas que tenía en mente, qué significaba cada música, cada efecto… De esta forma quería que ella viera lo que yo también estaba viendo. Es cierto que mi lenguaje y el suyo chocaban al principio. Me costaba entender algunas cosas con esa forma de hablar que suelen tener los científicos, con tantas palabras técnicas. Hasta que de repente se me encendía la luz y ya lo veía.

¿Cómo se traslada luego todo ese conocimiento al resto del equipo artístico?

P.O: La verdad es que los coreógrafos y los bailarines de los que me he rodeado me entendieron perfectamente. Asumieron absolutamente los personajes y la problemática. En Plastisfera, para diferenciar un pájaro de otro o identificar el personaje del plástico, decidí seleccionar disciplinas distintas dentro de la danza. El plástico era todo lo moderno. La garcilla bueyera era danza neoclásica, las gaviotas patiamarillas eran las contemporáneas y la cigüeña blanca, la española.

M.S. De hecho, una de las cosas que más llama la atención a la gente es que de verdad ven a los personajes. Ven al plástico. Ven a la garcilla bueyera. Cada uno de los bailarines se mete en su papel y están convencidos de lo que son. Además, también están impregnados de la sensibilización por la problemática. Las bailarinas incluso lloraban cuando estaban en el escenario.

Carteles de Artemia y Odiel y de Plastisfera. // ArtScience Danza.

¿Cuáles son los pasos a seguir para crear un espectáculo de divulgación desde el punto de vista artístico?

P.O.: Lo primero es la música. Es la que va a meterse dentro a través de los sentimientos. La música no solamente son los sonidos, sino las imágenes que te inspira. Me meto en mi mundo y yo sola voy creando. Puedo dedicarle muchos meses a la creación de la música, mientras también voy investigando sobre la problemática. Cuando ya tengo la música y el guion, hablo con el coreógrafo para mostrarle lo que va a ocurrir en cada escena. Después, también seleccionamos las imágenes que se van a proyectar y añadimos los textos. En la poesía, las palabras también son música. Todo eso lo juntamos en el espectáculo.

En un taller o una charla, los conocimientos científicos son más fáciles de transmitir, pero haciendo uso de la danza o la música puede parecer de primeras más complicado. ¿Hasta qué punto se captura el mensaje a través de este tipo de iniciativas?

MS: Es cierto que nos llegaban comentarios positivos, pero siempre teníamos la duda de si el mensaje verdaderamente llegaba o no. Justo este año en la primera sesión del espectáculo, que estaba dirigida a un público de 12 a 18 años, organizamos un coloquio. Nosotros explicamos la problemática del plástico y el equipo artístico estuvo comentando cómo había sido el proceso creativo y cómo habían vivido la experiencia. Luego el debate se centró en los chavales. Y fue increíble. Muy emotivo. El conocer cómo les llegó, cómo comprendieron la problemática…Tienen una edad en la que no es fácil que se concentren en un espectáculo de danza como este. Pero allí había un silencio sepulcral. Yo no me lo podía creer. Luego escuchando los testimonios nos dimos cuenta de que efectivamente se puede plantar ese granito de arena en los jóvenes, que yo creo que es uno de los públicos fundamentales. Al fin y al cabo, son las nuevas generaciones. Hubo chavales que incluso lloraron al emocionarse.

Conocer esta reacción ha debido de ser muy motivador. ¿Ha sido un impulso para hacer proyectos futuros?

PO: De hecho, hemos montado una compañía, ArtScience Danza, con el objetivo de     divulgar la ciencia en colaboración con el CSIC. Hoy precisamente nos hemos juntado para hablar del próximo proyecto.

MS: Efectivamente. La idea es poder seguir trabajando en esta dirección. Hemos tocado la problemática de la pérdida de biodiversidad, la contaminación por plástico y ahora queremos seguir con el problema de la resistencia a los antibióticos. Es necesario que seamos conscientes de la manera en la que los estamos utilizando. Es la próxima gran pandemia. Estamos hablando de uno de los problemas de salud pública más importantes ahora a nivel mundial. Tenemos un proyecto sobre el papel de las aves en la resistencia de antibióticos que termina próximamente y como parte del programa de divulgación queremos hacer otro espectáculo en este sentido.

¿Cree que las instituciones están invirtiendo lo suficiente en este tipo de iniciativas divulgativas?

MS: Es evidente que tenemos muchos más recursos y acciones relacionadas con la divulgación que hace 20 años. Por ejemplo, recientemente se ha formado un grupo de trabajo de Ciencia y Arte en el CSIC en el que también estoy integrada. Es un reflejo de que efectivamente la divulgación se está teniendo mucho más en cuenta, aunque es verdad también que las opciones para financiar estas acciones siguen siendo limitadas a día de hoy. Cuando pensamos en estrategias más multidisciplinares, hacen falta recursos. Por otro lado, también necesitamos que se nos reconozca a nivel de las instituciones. El tiempo que dedicamos a la divulgación no está realmente reconocido y es tiempo que le estamos quitando a la investigación. En definitiva, vamos mejorando, pero todavía hay mucho camino por recorrer

Un equipo científico recrea el accidente de Chernóbil en el laboratorio para estudiar el efecto de la radiación en anfibios

Uno de los objetivos es comprobar si la melanina es un factor protector contra la radiación

El investigador Pablo Burraco, en una de las cámaras climáticas de la Estación Biológica de Doñana donde está desarrollando uno de los experimentos. Foto: Sandra Ragel

El 26 de abril de 1986 el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil explotó de forma accidental causando la mayor liberación de material reactivo de la historia. 38 años después el área de Chernóbil se ha convertido en un excelente laboratorio natural para estudiar cómo afecta la radiación a la fauna y flora e investigar cómo las especies recolonizan territorios abandonados por el ser humano. En esta línea trabaja desde hace ocho años un equipo científico de la Universidad de Oviedo y la Estación Biológica de Doñana. Hoy, mientras la guerra les imposibilita el regreso a Chernóbil para seguir desarrollando sus investigaciones, los científicos han puesto en marcha una serie de experimentos para recrear el accidente y estudiar cómo afecta la radiación a los anfibios.

“Los anfibios son un buen modelo de estudio para este tipo de investigaciones. Están expuestos tanto a ambientes acuáticos como terrestres y se desplazan poco, por lo que su exposición a la radiación suele ser más estable”, aclara Pablo Burraco, investigador de la Estación Biológica de Doñana – CSIC. El científico se encuentra dirigiendo el primero de los experimentos en los laboratorios de su centro de investigación, ubicado en la Isla de la Cartuja en Sevilla. El objetivo es simular un accidente nuclear para comprobar si la melanina es un factor de protección contra la radiación, algo que ya sugerían los estudios observacionales que estaban realizando en Chernóbil, antes de que la pandemia frenara sus proyectos.

Gran parte del trabajo de campo que llevaban a cabo en Chernóbil lo realizaban de noche, cuando las ranas eran fáciles de localizar por su canto // Foto cedida

En 2016, el investigador Germán Orizaola de la Universidad de Oviedo inició un estudio para investigar el efecto de la radioactividad en la rana arborícora oriental (Hyla orientalis). Al año siguiente se le uniría el investigador Pablo Burraco. Tras tres años de muestreo exhaustivo en Chernóbil, los resultados parecían indicar que la radiación apenas tenía efectos aparentes en las ranas, excepto en una sola cosa: su coloración. Las que vivían en la Zona de Exclusión, el área que fue evacuada tras el desastre, tenían un tono más oscuro que las que vivían fuera de él. Algunas incluso tenían una coloración completamente negra, en contraposición con el verde brillante que suele presentar esta especie.

 “Los resultados sugerían que la melanina los había protegido de la radiación ionizante, la que se libera en un accidente nuclear, de una forma similar que cuando nos protege de la radiación ultravioleta”, explica Germán Orizaola. La selección natural debió haber actuado de forma implacable tras la explosión nuclear, haciendo que las ranas más oscuras sobrevivieran en una proporción mayor que las que presentaban coloraciones más verdes. 

Gradiente de coloración de la rana de estudio en el norte de Ucrania. Foto: Germán Orizaola y Pablo Burraco. Cedida

Recreando un accidente nuclear

El estudio había sido puramente observacional. Habían encontrado una correlación que sugería que la melanina era un factor de protección, pero no lo demostraba. Para hacerlo, decidieron reproducir el accidente nuclear en condiciones controladas, algo que podían hacer en laboratorios lejos de Chernóbil bajo el estricto cumplimiento de las normativas europeas.

Lo primero que hizo el investigador Pablo Burraco para iniciar el experimento fue colocar las larvas de una misma puesta de sapo de espuelas (Pelobates cultripes), muy abundante en Doñana, en cubos blancos y negros. Se sabe que, al igual que muchos otros anfibios y reptiles, las larvas de esta especie tienen una gran capacidad plástica y son capaces de cambiar el color de su piel en función del ambiente. De este modo, haría que algunos sapos fueran más oscuros y otros más claros. Con la colaboración del Centro Nacional de Aceleradores, las larvas fueron sometidas a distintos niveles de radiación durante un corto periodo de tiempo. 

Los investigadores Pablo Burraco y Germán Orizaola en Stirling (Escocia), donde han iniciado un experimento para investigar cómo afecta la radiación al desarrollo larvario de las ranas del género Xenopus // Foto: Germán Orizaola. Cedida

“Las dosis no eran letales por lo que, en un primer momento, no detectamos diferencias de mortalidad relacionadas con la coloración”, explica Pablo Burraco. El experimento ya dura más de un año y durante este tiempo, los sapos se han mantenido en cámaras climáticas bajo condiciones muy controladas para evitar la incidencia de otros factores. “De momento tienen muy buen aspecto y prácticamente no hay diferencias de tamaño, pero algo está empezando a pasar dentro de ellos. Estamos empezando a ver diferencias en la mortalidad”, asegura el investigador. Habrá que esperar unos meses más para obtener los resultados definitivos.

Recientemente el equipo ha iniciado otro experimento en esta línea, esta vez con ranas del género Xenopus. El experimento se ha realizado en la Universidad de Stirling en Escocia con la financiación del Consejo de Seguridad Nuclear. En este caso, la exposición a la radiación es de más baja intensidad, pero más prolongada en el tiempo y simula los distintos gradientes de radiación que existen en Chernóbil en la actualidad. “Con este experimento queremos ver qué ocurre si las ranas están expuestas a la radiación durante todo el desarrollo embrionario”, explica Pablo Burraco. Los investigadores estudiarán los efectos de la radioactividad en la supervivencia, la fisiología y la morfología de las ranas.

Chernóbil, 38 años después

 “Chernóbil no es lo que aparece en los documentales”, afirma Germán Orizaola. “Se ha convertido en un refugio de fauna espectacular”. Tras el accidente nuclear, en torno a la central de Chernóbil se creó una Zona de Exclusión de 4700 km2 que se ha transformado, tras varias décadas sin apenas presencia humana, en todo un vergel de biodiversidad donde lobos, osos, linces boreales e incluso caballos salvajes como los de Przewalski campan a sus anchas.

En el horizonte, el “sarcófago” de acero que cubre el reactor 4 de la estación nuclear de Chernóbil. // Foto: Germán Orizaola. Cedida

 “Tenemos parques nacionales como Doñana o Picos de Europa que deberíamos dejar sólo para la conservación. No hace falta montar ni excursiones ni carreteras”, asegura Orizaola. La explosión de la central nuclear Chernóbil fue uno de los accidentes más peligrosos de la historia de la humanidad. 38 años después, una vez que los niveles de radiación han descendido, el área se ha convertido en un laboratorio natural perfecto para entender qué ocurre cuando el ser humano se retira de un territorio. A veces la mejor solución para conservar la naturaleza es simplemente, según el investigador, no molestarla.

Trabajando con el caballo de Przewalski

Otro de los proyectos que el equipo científico tenía planeado desarrollar en Chernóbil tenía que ver con el estudio de los procesos de recolonización del caballo de Przewalski. Esta raza equina llegó a tener tan sólo 12 individuos en cautividad, pero hoy, gracias a distintos programas de conservación, varios centenares viven en libertad en distintas zonas de Europa y Asia. En 1998, se introdujeron algunos individuos en Chernóbil y la población ha crecido hasta alcanzar alrededor de 200 ejemplares.

Mientras las condiciones de seguridad no sean idóneas para volver a Chernóbil, el equipo ha decidido comenzar investigando con la población que existe en Burgos, reintroducida recientemente dentro del proyecto Paleolítico Vivo. El objetivo es empezar a investigar a nivel genómico y desarrollar metodologías que puedan ser usadas posteriormente en Chernóbil para estudiar los procesos de renaturalización del caballo de Przewalski y también el efecto de la radiación sobre ellos, más similares a los seres humanos que los anfibios.